Prefacio

 

 

Una de las más profundas obligaciones de los científicos es suministrar información fáctica sobre los hechos de la ciencia básica, la tecnología, el ambiente y la salud humana ­ y hacerlo de una manera que pueda ser entendida por el público en general y, sobre todo, por aquellos que están encargados de diseñar las políticas que afectarán a los millones de habitantes de cualquier nación.

Sin embargo, hay un numeroso grupo de científicos que han decidido ignorar esta obligación y aceptar, en su lugar, la fama y el fácil reconocimiento que otorga la prensa a los anuncios y profecías catastróficas. Esta peculiar clase de científicos ­ en realidad una modesta minoría ­ han conseguido, sin embargo atraer una desmedida atención sobre insistentes problemas e inminentes catástrofes que supuestamente amenazarían a la humanidad con una inevitable extinción.

Cuando reina la ignorancia, el asunto puede ser fácilmente convertido en miedo, a veces en pánico, y se transforma en situaciones que son hábilmente aprovechadas por una legión de extremistas ecológicos, periodistas sensacionalistas, científicos ávidos de "prensa y cámara", políticos "visionarios", burócratas hambrientos de poder, empresarios corruptos, y rapaces abogados. ¿Quiénes pierden? Todos perdemos.

Perdemos cuando los científicos no buscan más a la verdad sino que procuran la celebridad de los medios de prensa ­ y con ella el dinero que los gobiernos invierten en investigación ­ haciendo afirmaciones que no pueden ser verificadas. Todos perdemos, la sociedad entera pierde, cuando los periodistas dejan de informar la verdad para contar solamente "mentiras nobles".

Pero muy especialmente perdemos todos cuando permitimos que la gente que vive y trabaja la tierra ­ la gente que en verdad nos provee los alimentos que nos permiten sobrevivir, los obreros, técnicos y profesionales de la industria y del comercio ­ vean como sus costos se van elevando cada vez más a causa del aumento de las regulaciones impulsadas por los ecologistas, políticos y gente que lucra y gana cada día más poder por medio de inicuos litigios y regulaciones prohibitivas.

Perdemos todos ­ y seguiremos perdiendo ­ mientras sigamos permitiendo que la verdad científica sea reemplazada por el más puro charlatanismo ­ cuando no lo es por el fraude científico más escandaloso. Por ello es que este libro presenta la información científica que le permitirá a cualquier persona formarse una opinión bastante acertada sobre una cantidad de temas relacionados con la ecología y la salud, y tomar decisiones basadas en hechos científicos concretos y comprobables. Las reglas de oro de cualquier ciudadano responsable deben ser:

  1. Buscar evidencias y no argumentos;
  2. Descartar todas las afirmaciones que carecen de base científica, aunque provengan de eminentes autoridades.
  3. Formarse una opinión basada en los hechos científicos comprobados que se hayan podido reunir ­ y en su propio sentido común.

Porque en el fondo de la cuestión ecológica yace una pregunta que aún se encuentra sin respuesta: ¿Qué pasó con el sentido común?

Existe la opinión generalizada de que si a todas las ideas se les permite ser libremente expresadas e impulsadas, las mejores o las más válidas terminarán por prevalecer. Quizás esto sea cierto ­ pero no hemos llegado nunca al estado en el cual "todas las ideas son libremente expresadas e impulsadas". Los medios de prensa, incluyendo diarios, televisión y hasta los editores de revistas científicas parecen ya haber tomado partido por uno de los bandos: el bando catastrofista. ¿Por qué? Simplemente porque el escándalo, las catástrofes y las malas noticias venden diarios o elevan los ratings de los noticiosos de TV. La verdad y las buenas noticias no se cotizan en el mercado de los medios de difusión. No tienen valor.

De tal forma, intentar aclarar las cosas, publicar desmentidas, demostrar las falsedades de todo el catastrofismo ambientalista es una tarea que no tiene ninguna posibilidad de éxito. Sin embargo, a pesar de tener esto muy bien asumido, las personas honestas ­ ya sean científicos, periodistas, escritores o simples ciudadanos ­ lo intentarán de todas formas.

Después de largos años de estudio e investigación en el tema ecología y accionar político de las organizaciones ecologistas, he llegado a una conclusión que suena a Perogrullada: la solución a nuestros problemas futuros se reducen al atinado uso de la ciencia y a la correcta aplicación del concepto de JUSTICIA.

Como en cualquier tribunal, se deben analizar las evidencias ­ reales y comprobadas ­ y confrontarlas con la acusación. El jurado, una vez escuchados los alegatos de las partes, y examinadas las pruebas presentadas, por chocantes, escandalosas o repugnantes que pudiesen resultar, emiten su veredicto para que los Jueces hagan Justicia.

¿Y qué es la JUSTICIA? La Justicia es apenas la aplicación correcta e imparcial de una Ley sabia, pareja para todos los habitantes de una Sociedad. La LEY, por su parte, no es otra cosa que el trémulo e imperfecto intento de la sociedad para codificar a la DECENCIA . . . y que todos nos guiemos por esos códigos ­ más tácitos que escritos ­ para poder ser personas DECENTES.

Decencia . . . decencia... ¿se acuerdan? Decencia era aquello que nos enseñaron nuestros abuelos cuando éramos niños, y ellos ya gozaban en pleno de la Sabiduría, cosa que se logra aunando conocimientos, experiencia y mucho, mucho sentido común. . . Decentes son todos aquellos que intentan que la verdad sea conocida, aunque sepan de antemano que es una causa perdida.

Es importante conocer la opinión vertida por el periodista francés Luc Ferry en la revista L'Express, a mediados del año 1993, en un artículo titulado De Rojos a Verdes. Como es imposible transcribirlo todo, sólo citaré algunos párrafos muy interesantes:

"Ecologistas al Rescate: ¿Cómo sustraerse al temor, cómo no apelar una vez más y siempre a los ecólogos para que vengan a salvarnos? La cuestión es que todo este asunto probablemente no es más que un gigantesco dislate."

"Tal es la tesis que sostiene Yves Lenoir, con mucha convicción y con talento. ¿Otro enemigo de los ecologistas, uno de esos enajenados que tratan de hacer surfing sobre la ola verde? De ninguna manera. Ingeniero, militante de la Asociación Ecologista Bulle Bleue, miembro de la Agrupación de Científicos para la Información sobre Energía Nuclear, co-autor, juntamente con Brice Lalonde del «Informe Poincaré», Lenoir es todo un defensor de la ecología, lo que no le impide ­ virtud muy rara en nuestros días ­ esforzarse por reivindicar a la verdad. Todos los que se interesan honradamente por las cuestiones del medio ambiente no deberían expresarse sobre el tema del efecto invernadero sin tener en cuenta sus argumentos"

Mas adelante sigue diciendo Luc Ferry que "¿Por qué, entonces, esa manipulación? ¿Quiénes son los responsables y cómo han podido instaurarse en la opinión pública y aún en la mente de muchos científicos? Para entenderlo, y tal es el segundo eje de la obra, hay que recordar que, con la llegada de Gorbachov al poder, las condiciones de la expansión del sector nuclear militar desaparecen."

"La ciencia aplicada, que consume miles de millones de dólares al año, se ve privada del formidable programa de la «guerra de las galaxias». Lo que el gran público (¡es decir, nosotros!) ignora es que los lobbies de la ciencia aplicada se van a ver literalmente obligados a lucubrar otros programas, so pena de quedar sin trabajo." . . . "El cambio de capítulo beneficiará a grandes multinacionales (por ejemplo, a las que van a descubrir los productos que reemplazarán a los CFC, utilizados en los aerosoles, refrigerantes, etc.), al sector de las economías de energías, a los movimientos políticos verdes en pleno auge, apoyándose todos ellos en la pasión más común en cada uno de nosotros y con la que se puede contar siempre: el miedo al cataclismo planetario y al instinto de conservación."

"El problema, desgraciadamente, es que muchos de estos ecologistas están en otra cosa, especialmente en denunciar a los cuatro vientos «la lógica del la civilización occidental». Es el objetivo de la gigantesca «desconstrucción» del humanismo moderno a la que se entrega sin cautela el biólogo inglés Rupert Sheldrake en «Alma de la Naturaleza». Para él, se trata simplemente de revalorizar al «animismo de la Edad Media y de reconciliarse con la idea de que la Tierra es un enorme ser vivo." Y termina diciendo:

"Que el cuidado del medio ambiente sea una necesidad nadie lo pone en duda. Pero decretar que prevalezca sobre la verdad es un error que los ecologistas serán los primeros en lamentar".

Y este libro trata precisamente sobre eso: de cómo y por qué los intereses económicos y corporativos, por un lado, y las razones geopolíticas tendientes a mantener el status colonial de las naciones subdesarrolladas, están usando al tema Ecología y Ambiente para lograr sus fines. Trata sobre cómo la Ciencia (con mayúscula) ha sido ignorada y dejada de lado en la argumentación ecologista actual.

¿Recuerdan cómo los ecologistas, con la activa cooperación de los medios de prensa, consiguieron que los intereses comerciales e industriales fueran excluidos de las discusiones sobre política ambiental? Se le recordaba al público de manera constante que cualquier persona que tuviese conexiones con el comercio o la industria no podía ser confiable porque estaba en pos de egoístas intereses personales.

Sin embargo, la inmensa mayoría del público ignora que todas las promociones de causas ecologistas están impulsadas más por un claro interés personal y no por el interés en preservar al ambiente. ¿Por qué? Porque si los ecologistas alguna vez resolvieran un problema ecológico quedarían fuera del negocio. Habrían matado a la gallina de los huevos de oro.

Los líderes de las principales organizaciones ecologistas por lo general no tienen intenciones de resolver los problemas ambientales: sólo los explotan en su propio beneficio o en el de su organización. Ya sea que se trate de un científico en busca de un contrato o un subsidio para investigación, un dirigente ecologista tratando de estimular el reclutamiento de nuevos miembros y de mayores contribuciones, un periodista que sueña con jugosas historias de terror ecológico para estremecer a sus lectores y mantener el tiraje, un abogado que intenta hacer promulgar regulaciones que le permitirán ganar futuros juicios, o un líder mundial que quiere pasar a la Historia como el fundador de la Agencia Global Para el Control del Clima, o la Agencia Mundial de Protección al Ambiente, el factor motivante es siempre el interés personal. Por ello es que el movimiento ecologista ha tenido un crecimiento tan espectacular: en este campo hay algo para todos ­ excepto para los consumidores ­ nosotros, la gente común que terminamos agobiados con todas las facturas a pagar.

Es importante que se sepa que no es necesaria una conspiración mundial. Simplemente existe una asociación natural. Mientras más pueda asustarse al público para que otorgue mayores poderes al gobierno para que les proteja de los nuevos ­ e imaginarios ­ peligros apocalípticos, mayor será la recompensa para los miembros del gobierno, los medios de prensa y, por encima de todos, los promotores de las teorías terroríficas. La mayoría ni siquiera está pensando en términos de un gobierno central más fuerte, que realmente gobierne, sino en su interés personal más inmediato ­ el aumento del presupuesto que está bajo su control. Como esta gente sufre del síndrome de los «dedos pegajosos», siempre algo se les queda pegado.

Por ello, en el campo ecológico, ni siquiera serían necesarias las mentiras, falsedades, incertezas o las deformaciones de la verdad: por el simple método de seleccionar los aspectos inconvenientes de algún problema, e ignorando los aspectos beneficiosos, es suficiente para convertir cualquier tema ­ incluida la aspirina, la penicilina, vacunas antipolio, o la cloración del agua ­ en un peligro espantoso contra el cual la gente pedirá desesperadamente protección al gobierno.

A través del creciente reconocimiento que esta es la escalera más corta para progresar en cualquier carrera, más y más grupos y personas están abordando el tren del ecologismo. Para todos aquellos que están (aún) en la industria o el comercio, les recomiendo que no solamente unan fuerzas sino que convenzan a aquellos amigos que están tratando de hacerse simpáticos a las organizaciones ecologistas, contribuyendo monetariamente a sus campañas de alerta ecológico, que están simplemente haciendo cierta la profecía de Lenín: "Los capitalistas se tropezarán unos con otros en su intento de proveer la cuerda con la que serán colgados". Repito por última vez: en el fondo de la cuestión ecológica yace una pregunta que todavía se encuentra sin respuesta:

¿Qué demonios pasó con el sentido común?

 

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