La introducción de todo tipo de peces exóticos ha determinado la extinción de una rica fauna de peces dulceaquícolas con la que sólo Cuba contaba en el Caribe. Y como si la desaparición de una sola especie no fuera ya suficiente, ningún canal, ninguna laguna, ninguna ciénaga o río quedó a salvo como ecosistema alternativo dada la intensa campaña de fumigación y uso de pesticidas que el gobierno cubano ha estado aplicando sobre nuestro territorio en los últimos 40 años de apatía medio ambiental. En resumen, pudiera decirse que todo río que antaño no sobrepasara el caudal de 0,5 m / s, hoy día no existe, o es apenas una zanja visitada por el agua en la época de la lluvia, o bajo los efectos ocasionales de un ciclón.
La introducción de moluscos acuáticos, tales como Physa spp. han afectado a otras especies nativas y se han convertido en hospederos intermediarios de enfermedades parasitarias muy agresivas y hostiles para la salud humana. Paralelo a esto, la Tilapia (Sarotherodon mossambicus), el Pez Sol (Lepomis macrochirus) y la Trucha (Melanopterus salmonoides) han eliminado de cualquier embalse cubano a la Biajaca (Cichlasoma tetracantha) y a decenas de especies de guajacones que se alimentaban de los mosquitos hematófagos que tanto daño han hecho a la población cubana. Cientos de Rana Toros (Rana catesbiana), aunque aceptados como fuentes de alimento desde 1936, son observadas en Cuba en cualquier ecosistema húmedo y los Cocodrilos Babilla (Cayman crocodylus), oriundos de Sudamérica, han eliminado prácticamente al cocodrilo endémico (Cocrodylus rombifer) en la Ciénaga de Lanier.
Desde que se creó la EMPROVA, allá a finales de los años 60, Celía Sánchez Manduley dedicó una buena parte de su tiempo a explotar y comercializar todo tipo de especie marina, pero además, de aves, reptiles, moluscos e insectos terrestres. Camiones enteros cargados con cotorras, cocodrilos pequeños y caracoles de los géneros Polymita, Viana, y Ligus llegaban desde Baracoa y desde Viñales recorriendo la isla entera, a los distintos centros denominados Faunicuba. Allí, estas especies eran procesadas, disecadas y posteriormente vendidas o regaladas (según fuera el caso) a los múltiples admiradores de la revolución cubana. A finales del 80 sin embargo, estos recursos comenzaron a desaparecer, pero ahí (con perdón del PNUMA), no terminó la explotación. Desde entonces, decenas de invertebrados como los Cobos (Strombus gigas) los Cangrejos de playa (Cardisoma guanhumi), las Langostas (Panulirus argus) y los corales han padecido la muerte en formaldehído por ese tipo de avaricia institucional.
Aparejado a esa explotación irracional de los recursos llegó a Cuba su contaminación. Desde los mismísimos inicios del comunismo, el deber de hermanos e hijos de la Madre Patria (que por esos años fue la Unión Soviética), nos obligó a tolerarlo todo. Si nos remontamos a principios de los años 80, cualquiera que haya navegado un poco alrededor de Cuba recordará que en noches de poca luna, miles de millones de pequeños Dinoflagelados (Gonyaulax spp.) emitían sus luces fosforescentes, sobre todo a las afueras de la Bahía de Cárdenas, lo que constituía un verdadero espectáculo de luces digno de volver a contemplar. Pues bien, después que esta bahía se convirtió por decreto estatal en un fregadero de los buques tanqueros rusos, y después que esas aguas cambiaron su color azul claro por el negro opaco del petróleo, estos microorganismos desaparecieron.
Con los peces la situación no ha dejado de empeorar. Ya lo anticipábamos cuando hablábamos de la introducción de especies exóticas que se alimentaban de nuestros endémicos en nuestros ríos o embalses. Pero un fenómeno invisible al ojo humano está ocurriendo en todos nuestros cauces y guarda estrecha relación con el abusivo estancamiento de sus aguas y la disminución que ello genera en su caudal original. En ríos como el Cauto, Río Canimar, e incluso el Almendares, abundaban antaño (esto quiere decir, hasta 1965 aproximadamente) numerosos invasores marinos periféricos. O sea, que no era raro observar en ellos pequeños tiburones (Carcharhinus sp.), obispos (Aetobatus narinari), o incluso barracudas juveniles (Shyraena barracuda) que incursionaban unos 8 a 20 kilómetros dentro del cause del río, según el caso, la marea, y la época del año. Esto, es absolutamente imposible de observar hoy, o resulta un evento verdaderamente raro que nos demuestra que la inmensa mayoría de nuestras cuencas hidrográficas están altamente contaminadas.
El otro ejemplo de la sinrazón es explicable a través de la captura de tortugas marinas. Cuba es conocida en el mundo entero como el único país que edita sellos alegóricos a la caza submarina de estos reptiles, y sigue siendo hoy un estado que explota, no ya las tortugas con las que cuenta, sino las que otros países crían, alimentan, protegen y tratan de incrementar. En este caso, les hablo de la captura indiscriminada que Cuba lleva a cabo (contra la convención internacional que protege estas especies) de todos los individuos que liberan en las islas Caimán para repoblar el Caribe (Wotzkow, 2000). El turismo, ha hecho además esta práctica un negocio imparable y no se descarta que en las próximas décadas se convierta, por abuso claro está, en una actividad impracticable.
La mayoría de los hábitats propicios para nuestros peces de agua dulce comienzan a perderse a partir de 1970. En ese año, la explotación del manto freático para utilizar el agua en regadíos dirigidos principalmente a la caña de azúcar deja prácticamente exhaustas las reservas subterráneas del país. Este problema se agrava en los años 90, cuando el turismo incrementa en más de un 50 % el número de habitantes en ciertas áreas en las que la demanda de agua no resulta acorde a su disponibilidad. El ejemplo es claro, pero si algún lector se queda un poco desjuiciado por mi enfoque, digamos entonces que lo que el gobierno intenta hacer en Cuba sólo puede compararse con la creación de cientos de parques acuáticos en el desierto del Sahara para divertir con ellos al 2 % de la capacidad hotelera construida.
Que un país con tan buenos recursos marinos se vea alimentando (por la fuerza) a su población con la merluza que se pesca en otros mares ya es bastante triste. Pero que los alemanes se crean todo lo que se les dice en Cuba, o que repitan como papagayos que lo destruido hasta la fecha ha sido el producto de nuestro pasado republicano y colonial no tiene perdón. Vergüenza sentirá el cubano del país que habita, y por si acaso aún lo ignora, vergüenza deberá sentir si lo compara al que habitó su padre. Una sola generación de humanos ha sido suficiente para empobrecer los recursos naturales de una isla que, apenas 40 años antes, se encontraba entre las más privilegiadas del planeta.
Carlos Wotzkow
Bienne, Suiza, Enero 2001